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Blog de Victoria Vázquez R.

PRENSA Y SALUD MENTAL

            Es sabido que cuando la enfermedad mental aparece en los periódicos, por lo general, lo hace con el ánimo de explotar los aspectos más morbosos del problema y los sentimientos más primarios del público lector. En efecto, por lo general los medios sólo se refieren a las manifestaciones más traumáticas con que se resuelven (es un decir) determinados casos, con lo que en la opinión pública menos informada se produce una perversa identificación entre violencia y patología mental que sólo perjudica al eslabón más débil del la cadena, al propio enfermo, a cuya estigmatización y aislamiento se contribuye. Por el contrario, raramente encontraremos estudios serios y ponderados en los que se profundice en la etiología de tales comportamientos y en las enormes dosis de sufrimiento que comportan para enfermos y familiares. De modo que, una vez pasado el suceso y sacudida la opinión pública, el tema se olvida porque ha dejado de ser noticia.

            Viene todo esto a cuento del suceso ocurrido días atrás en la localidad barcelonesa de Arenys de Mar, donde un Mosso d¨Esquadra abatió  de cuatro tiros a un enfermo esquizofrénico en plena crisis psicótica. Yo tuve oportunidad de leerla en El MUNDO pero es de suponer que el resto de los medios, TV incluida, darían a la noticia un tratamiento similar. Se limitarían a dar cuenta de la culminación del drama, sin pararse a informar sobre sus antecedentes, y, sobre todo, sobre una circunstancia que se suele olvidar con bastante frecuencia: que el enfermo mental no es ni más ni menos violento que otros individuos de la población denominada “normal”, a condición, eso sí,  de que se encuentre debidamente medicado y atendido, y partiendo de la base de que, en determinados casos, no habrá más remedio que recurrir a su reclusión más o menos permanente. Lo que carece de justificación alguna es que un enfermo mental, en el momento álgido de su patología, se encuentre sin ningún tipo de contención, constituyendo un peligro para él y para el medio social en el que se inserta. Porque es preciso decir que estas situaciones no se improvisan. Tras una crisis psicótica existe un largo proceso que, por lo general,  comienza con la negativa del enfermo a tomar la medicación, una familia que se ve desbordada y una salud pública que se ve incapaz de abordar el problema con un mínimo de anticipación, de modo que el resultado es bien previsible: en el mejor de los casos, el ingreso en una Unidad de Agudos, en el peor, un desenlace como el que motiva esta reflexión.

            Sería simplista atribuir a una sola causa le persistencia de situaciones como la descrita, pero a mí me parece evidente que la Reforma Psiquiátrica de mediados de los 80 tiene bastante que ver con ella. En aquel entonces se cerraron los manicomios como instituciones que atentaban contra los derechos del enfermo psiquiátrico, a lo que no habría nada que objetar, si aquellos dispositivos hubieran sido sustituidos por otros en el que el enfermo mental, al tiempo que respetado, hubiera estado bien atendido. Pero tal circunstancia no se produjo y los delirios de la antipsiquiatría –“el salta la tapia”, el rechazo de la hospitalización involuntaria y “el cuidado en la comunidad”- fueron los polvos que trajeron estos lodos. Como era de prever, fueron las familias las que tuvieron que pagar, a un precio muy alto, la factura de tanta improvisación y desidia. Otro resultado, uno más, de la contracultura de los felices 60 cuya única coartada acaso estribe en las buenas intenciones de los que pusieron en marcha la controvertida Reforma. Y ya es sabido que algunos pretenden que se les juzgue sólo por la bondad de sus elucubraciones, sin que les importe demasiado los resultados que puedan derivarse de las mismas. Mientras tanto, los allegados del enfermo mental se ven inmersos en un problema que les desborda y les estraga, para hacer frente al cual no están preparados, resultando de todo ello una desestructuración familiar que se encuentra entre los efectos colaterales más sombríos de la enfermedad mental. A tal extremo debe haber llegado la cosa que incluso psiquiatras de reconocida solvencia y acrisolado progresismo –como D. Carlos Castilla del Pino- se atreven ya a poner en la picota la tan cacareada Reforma. Y así, en entrevista concedida hoy en EL PAIS  se atreve a opinar, un tanto a destiempo, lo siguiente: “Los que hemos sido partidarios de hacer una reforma psiquiátrica estábamos en contra del maximalismo. Tuve fuertes agarradas con quienes decían que había que demoler las tapias de los manicomios sin más. Yo estaba en contra de los manicomios, pero ¿qué se hacía con los esquizofrénicos graves?”. Esa misma pregunta nos seguimos haciendo nosotros, Don Carlos, pero parece que la administración lo tiene claro: para eso están los familiares.

Dejamos para otra entrega, el comentario que nos merece la machada de matar a tiros a un enfermo mental

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