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Blog de Victoria Vázquez R.

EL PEDIGRÍ DE LOS POLÍTICOS

            A veces, la sedicente izquierda reivindica sus más letales tradiciones sin ningún recato, por más que algunas de ellas exhalen un hedor que el tiempo no hace más que acrecentar. Ello la dota de una hemiplejía moral decididamente impúdica a la hora de aquilatar el sistema de valores de sus contrincantes políticos. Lo que, con ser malo, no es lo peor. Lo peor es la aceptación cómplice e indulgente con que una buena parte de la intelligentsia progresista  acoge esta suerte de broma macabra.

            Viene todo ello a cuento de las declaraciones de Don Lolo Silva, concejal de Deportes del Ayuntamiento de Sevilla, con motivo del cuadragésimo aniversario de la muerte del Che Guevara, personaje al que la ciencia histórica más reciente no considera precisamente un filántropo ni un benefactor de la humanidad. La violencia fue su opción de vida, tanto tras la llegada del castrismo al poder –organizando una represión despiadada- como cuando pretendió exportar la revolución a Bolivia –ejecutando a desdichados combatientes de recluta obligatoria. Y allí murió, tal como había vivido, violentamente. No parece, por tanto, que su figura constituya una opción de vida  particularmente valiosa, aunque se me da el barrunto de que a nuestro prócer no le importaría incluirla como modelo en algún texto de Educación para  la ciudadanía. Como los compañeros de gobierno de este cráneo privilegiado no han dicho, que se sepa, esta boca es mía, cabe deducir que comparten su criterio.

            Pero este es un privilegio que monopoliza el progresismo. Porque, ¿qué ha sucedido cada vez que algún político de derechas ha tenido la ocurrencia de reivindicar el régimen de Franco? Que, con razón, ha sido condenado al infierno de los réprobos, en primer lugar por aquellos que tuvimos el infortunio de conocer de primera mano aquel engendro político. Y esto es valido incluso para los que durante cierto tiempo representaron el papel de albaceas del franquismo, como es el caso de D. Manuel Fraga,  demócrata in pectore durante los años más negros de la Dictadura,  hoy día recuperado para el régimen de libertades, pero al que el PP se guarda mucho de sacar a pasear, por los malos recuerdos que concita. Y es razonable que así sea. Pero siéndolo, cabe preguntarse ¿de qué dispensa disfruta en este país una izquierda ágrafa que no tiene el más mínimo empacho en reivindicar personajes tan siniestros como Lenin, Fidel Castro o el Che Guevara, y al mismo tiempo se atreve a tachar de fascista a la derecha democrática? ¿Dónde está escrito que haya que esconder a Fraga, en tanto  se concede respetabilidad a Don Santiago Carrillo? ¿Por qué el pasado del primero es execrable y el del segundo merece un honoris causa? Preguntas que no esperan respuesta porque de sobra sabemos que el sectarismo primario que se ha instalado en la cultura política de nuestro país devenga sustanciosos réditos electorales para los que saben agitar el espantajo del guerracivilismo. ¿Cómo no seguir manteniendo el fantasma de la contienda fratricida si ello nos permite perpetuarnos en el poder? ¿A qué otro argumento podrían recurrir, aquí, en Andalucía,  tras veinticinco años de caciquismo remozado? En fin, que   se hace necesario mantener a un enemigo degradado para que las más elementales pulsiones del votante  hagan inevitable nuestra presencia.  Nietzsche lo dijo de forma más rotunda: “Quien vive de combatir a un enemigo, tiene interés en que éste siga vivo”.


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